Historia del vino en nuestro país
La historia de la vitivinicultura argentina se remonta a la época de la colonización, ya que el cultivo de la vid estaba estrechamente unido con las prácticas agrícolas del colono español. A mediados del siglo XVI, los conquistadores llevaron al Cuzco las primeras plantas de vid, de la especie Vitis vinifera. Desde allí fue conducida a Chile en 1551 y luego introducida a la Argentina por vecinos de Santiago del Estero, seis años después. Desde esta provincia se propagó el cultivo hacia el centro, oeste y noroeste del país.
No existen datos exactos sobre la fecha de implantación de los primeros viñedos en Mendoza y San Juan, aunque algunos historiadores opinan que se realizaron primero en esta última provincia, entre los años 1569 y 1589, por lo que puede decirse que Vitis vinifera llegó a la República Argentina a mediados del siglo XVI.
Los conquistadores y colonizadores no imaginaron que habían puesto la piedra fundamental de una gran industria que con el tiempo transformaría esta región, conocida en aquel entonces por su aridez, las montañas abruptas y la soledad inhóspita en que vivían esos austeros pueblos, en verdes y extensos oasis. Favorecida por óptimas condiciones climáticas y de suelo, la vitivinicultura se fue extendiendo, principalmente, en las provincias andinas.
Al comienzo se producían vinos en volumen reducido, limitado a satisfacer las necesidades de las pequeñas comunidades de la colonia. La elaboración, si bien rudimentaria y en forma doméstica, era un procedimiento generalizado entre los viñateros, quienes llegaron a obtener productos de buena calidad.
A partir de 1853, una serie de hechos auspiciosos, entre los que puede destacarse la pacificación y la organización constitucional del país, la creación de una Quinta Normal de Agricultura (primera Escuela de Agricultura de la República Argentina), permitieron la transformación de la región vinícola más importante del país. Ese impulso inicial se vio fortalecido y dinamizado con la instalación, en 1884, del ferrocarril que vinculaba a Mendoza y San Juan con Buenos Aires, la capital. De allí en más, las provincias cuyanas asumen el papel de proveedoras de productos frutihortícolas y, en especial, de vino para abastecer al mercado nacional y, muy marginalmente, al internacional a través del puerto de Buenos Aires.
El dictado de leyes de aguas y tierras constituyó un factor importante para el desarrollo de la vitivinicultura ya que permitieron la colonización, pero sin lugar a dudas el hecho más decisivo fue el aporte de una gran corriente inmigratoria europea, a fines del siglo XIX y principios del XX, compuesta por hombres conocedores del quehacer vitivinícola, lo que posibilitó un cambio sustancial en el cultivo de la vid y dio un gran impulso a esta industria. Estos inmigrantes trajeron consigo nuevas técnicas de cultivo, otras variedades de vid aptas para la elaboración de vinos de calidad, que encontraron en nuestro país un hábitat ideal para su desarrollo, y la innovación de las prácticas enológicas utilizadas en las bodegas, así como también ciertas denominaciones de sus lugares de origen.
Otro de los hechos que más incidió en la historia de nuestra vitivinicultura es la importancia otorgada a la capacitación y perfeccionamiento de los técnicos que llevaban a cabo la actividad, prueba de ello es la creación de la Bodega de la Escuela de Enología de la Quinta Agronómica, ciudad de Mendoza, que comienza a funcionar a principios de 1900 y lo que hasta entonces se había desarrollado al impulso de la voluntad y la experiencia, se convierte a partir de ese momento en un movimiento basado en la ciencia y el estudio. Por ello, se lo considera un verdadero hito que marca el antes y el después de la cultura vitivinícola, ya que, de una etapa caracterizada por el trabajo fecundo, se pasa a otra cuyo distintivo predominante es la práctica metodológica de los fundamentos científicos y técnicos de la Enología.
Nota por Andrea Sepag (sommeliere de Barrel Vinos)